Faro, vigilante del estrecho
El paisaje costero no se concibe sin el dibujo de los faros. Al contemplarlos es imposible imaginar su fascinante historia, que se pierde bajo el mar a través de los tiempos. Desde el más antiguo de todos, el de Alejandría, hasta el más moderno, los faros siempre han sido y serán lugares mágicos y parte inherente de la tradición marinera. Trafalgar, Camarinal, Espartel, Punta Malabata o Punta Carnero son algunas de las luces que iluminan las aguas del Estrecho. Al principio de la historia, la navegación se realizaba siempre a vista de costa y de día. Si decidían alejarse, siempre bajo la luz del sol, la forma de orientarse era la búsqueda de detalles característicos, como playas o árboles. Más tarde, al ver que este procedimiento no resultaba seguro, los marineros apostaron por levantar pequeñas torres con señales o marcas identificativas. Cuando se descubrió que las estrellas eran una buena guía de orientación, el hombre se lanzó a la navegación nocturna, dando origen a la historia de los faros.
Los primeros faros no tenían nada que ver con lo que hoy conocemos. La ayuda a la navegación nocturna se realizaba a través de hogueras, que intentaban mantener siempre encendidas para seguridad de las embarcaciones. Desde entonces, esa luz nunca volvió a apagarse y los faros fueron evolucionando al compás de los siglos y formando parte del paisaje costero mundial. Para las embarcaciones que desde antaño surcaron las aguas del Estrecho de Gibraltar, las costas de Marruecos y Cádiz alzaron torres privilegiadas con las que iluminar su viaje. Trafalgar, Camarinal, Espartel, Punta Malabata o Punta Carnero son algunos de los lugares a los que acudir para contemplar aquellos viejos faros que aún hoy permanecen en guardia en lo alto de la costa soportando temporales y observando ‘mudos’ el pasar de la historia.